Últimamente vengo sintiendo una profundidad inexplicable en el pecho, una cosa sin fin que me tiene aturdida y expectante de que algo cambie. Ese algo no llega nunca en el tiempo correcto, de hecho, nunca llega. No sabría como describirlo cabalmente, sólo sé que me encuentro en la desesperada búsqueda de un sentido, una señal, un revoltijo interno que me empuje a finalmente salir del bucle. Por las noches me dedico a pensar en qué podría haber hecho mejor, qué actividad podría haber empezado, en el tiempo que perdí, en cómo me perdí por pensar tanto. Las cosas vienen bien pero no lo suficientemente bien como para que yo pueda disfrutar del proceso. Hay un cuerpo oscuro e interminable que me tapa la vista, cuando trato de apartarlo sólo logro hundirme en él. No sé quién podrá ser o si realmente es, pero si sé que me estorba cada vez que quiero estar bien, y cada vez que miro más allá de esa negrura sólo dura poco tiempo. Siento que soy un poco retorcida para explicar las cosas, quizás nada de esto tenga sentido incluso, tengo miedo de distorsionar lo que realmente siento y no poder entenderme. Tengo miedo de perderme para siempre. Detesto esta sensación en el pecho de que todo a mi alrededor está bien, pero yo no puedo aceptarlo, tomo cualquier cosa que esté a mi alcance para enterrarme diez metros bajo tierra.
Amor, amor. Amor? Sí, hay en todas partes, en todos los sentidos que mire hay amor, eso si puedo identificarlo y sentirlo. Soy fiel creyente y defensora de que el amor lo cura absolutamente todo. De que trasciende más allá de lo físico, los cuerpos, las estructuras, penetra en todo lo existente y lo vuelve tierno y suave. Está en el éter, (palabra que me gusta mucho), está en esas miradas traviesas, en un roce de manos, en una melodía, en algo rico, en un atardecer y un café.
Quiero que el amor me salve de todas las miserias, quiero abrazar ese amor como nunca en esta vida. A veces siento que me hundo pero mi salvavidas más fiel es la ternura. Siempre me digo “nunca pierdas la ternura”, es aquello que si se lo alimenta y se lo mantiene vivo se convierte en una compañía, en un abrazo cálido, se refleja en uno y en otros. Como un rayito de sol que pega en las pupilas y realza esa intensidad que muchas veces guardamos por alguna razón. Mi corazón puede tornarse azul e inquieto por momentos, pero no voy a permitir que esa amargura en la boca me arrebate la capacidad de amar.